miércoles, 24 de agosto de 2011

El Año de los Superhéroes.


I. En lo que va del año.


    2011 ha sido un año lleno de grandes estrenos cinematográficos relacionados con las historias donde la fantasía y la ciencia ficción abundan, aparte de los efectos especiales que ya hace rato sobrepasaron la barrera entre lo real y lo verosímil.  De este modo a principios de año tuvimos dos nuevas invasiones alienígenas, con Skyline (la cual no deja de ser una interesante manera de tratar este ya viejo tema, pero esta vez desde el punto de vista del ciudadano común y corriente, que no tiene ni idea de qué es lo que está pasando a su alrededor y no le queda otra que sobrevivir); y, mucho mejor que la anterior, Invasión del Mundo: Batalla Los Ángeles, una verdadera película de guerra donde los militares son los protagonistas.   A su vez el nuevo director de culto, Zack Snyder, estrenó su más reciente película, Sucker Punch (que se me pasó en la cartelera), y Priest, otro filme al que me veré obligado a ver sólo en DVD y el que para ser sincero, no me motivó ir a verla al cine. También pudimos ver la cuarta entrega de una saga que a su manera ha hecho historia: Piratas del Caribe, en Aguas Misteriosas; cine familiar de matinée muy bien hecho y con unas caracterizaciones formidables de parte de sus dos protagonistas (definitivamente creo que Deep y Rush se “roban la película” de nuevo y la Penélope Cruz no está a su altura). También este mismo año hemos tenido la tercera película que adapta el maravilloso mundo de Los Transformers, que si bien es la más débil de la trilogía, no deja de agradecerse una increíble invasión Decepticon con escenas inolvidables y la cuota de humor, acción y aventuras a las que ya nos tiene acostumbrados su director Michael Bay (a quien incluso le perdono su excesivo nacionalismo, en honor a su gusto por la simple y llana entretención, lo que no es malo).   J. J. Abrahams, por su parte, nos deleitó, más bien nos emocionó con su homenaje al Spielberg de los ochenta con Super 8, un filme que demuestra su talento que obviamente sobrepasa en cuanto a profundidad y creatividad al ya mencionado Bay. También llegó con retraso 8 minutos antes de morir (Source Code), que aborda uno de mis temas favoritos, el viaje en el tiempo y que aún no tengo el gusto de ver, así que más allá no puedo referirme a ella.  También dentro de poco se nos viene la esperada nueva película-remacke de El Planeta de los Simios y en el mismo sentido, una nueva de Conan el Bárbaro.  También está por llegar otro filme de ciencia ficción que promete: Cowboys v/s Aliens. De este modo, el fanático de la fantasía y la ciencia ficción puede sentirse más que a gusto con historias de tanta diversidad y que por lo general no carecen de espectacularidad, emociones y adrenalina pura.
      Mención aparte merece la última película de la saga de Harry Potter (Las Reliquias de la Muerte, parte 2) y a la que bien debería hacerle su propia crítica.  Sólo diré por el momento que desde mi humilde opinión, y me considero un seguidor acérrimo de las novelas y las películas, que ésta cierre al ciclo estás más que bien hecha: logra momentos de tal intensidad dramática, que resulta imposible no emocionarse hasta las lágrimas; después de todo, corresponde a personajes y una historia que en mucho casos (como el mío), acompañaron a uno durante más de una década y de verdad se vio una evolución en la trama y el trabajo actoral de sus jóvenes protagonistas, quienes se ganaron más de un elogio.  Se pasó de un cine infantil, a uno mucho más comprometido con los temas abordados y eso creo no haberlo visto antes.
     ¿No se me quedan unas cuantas películas en el tintero? ¡Pues claro que sí! Y ello tiene que ver con el titulo de este texto, puesto que este año, como nunca, aparte de los filmes ya mencionados, se estrenaron nada menos que cuatro películas adaptando populares cómics de superhéroes y cada una con sus propias particularidades (Obvio en este listado El Avispón Verde, pues no lo considero en el sentido más exacto de la palabra a uno de ellos).  Me estoy refiriendo a Thor, X-Men: First Class, Capitán América y Linterna Verde.   De este modo a través de este artículo, lo que deseo es analizar cada una de estas películas, si bien no me referiré mayormente a la última entrega de X-Men, puesto que en este mismo blog ya publiqué en su momento un análisis personal de dicho filme.  Por lo tanto, me referiré en parte a cada filme en específico  y  luego a algunos puntos en común, que he podido apreciar comparten estas cuatro obras.  Las criticas y análisis van según el orden de estreno en Chile.

                             

II. Thor.

    Cuando mitología y superhéroes se combinan, por lo general la mezcla resulta ser maravillosa y la excusa para contar temas épicos a la luz de los ojos de la modernidad con una intensidad admirable.  De este fruto de las historias clásicas, personajes mitológicos sumidos en el mundo actual y reinterpretaciones de las grandes sagas del mundo antiguo, brillan por sí solos la mismísima Mujer Maravilla de DC y en el  manga (cómic japonés), Saint Seiya (conocido en Latinoamérica como Los Caballeros del Zodiaco), por no mencionar muchos casos más.
    Thor resulta ser un personaje que dentro de los personajes del universo Marvel es uno de los más populares.  Puede ser interesante que en nuestro país, Chile, no es uno de los más leídos por quienes gustamos del llamado octavo arte; sin embargo, este nórdico superhéroe tiene un lugar en el corazón para muchos de nosotros.  Me estoy refiriendo a la ya clásica serie de animación de los años sesenta, y que con su técnica casi de viñeta animada, disfrutábamos de niños.   Por otro lado, la mitología no deja de ser atractiva para quienes disfrutan de aventuras maravillosas y fantásticas, puesto que a la larga, como muchos afirman, los cómics forman parte de la mitología del siglo XX y de lo que va del XXI.  Los mitos clásicos mostraban a personajes fabulosos, llenos de virtudes  y que en muchas ocasiones superaban al del común de los mortales, y en el caso preciso del héroe, éste se transformaba en una proyección de la conciencia de una comunidad y de la respuesta de esta conciencia a lo que se entendía como lo mejor de ella misma; de este modo en los tiempos de hoy en día, el superhéroe es en sí mismo la proyección de nuestros ideales más loables. Por la razón anterior los admiramos, seguimos sus historias y deseamos ser como ellos (y parafraseando parte del inolvidable discurso que le da la tía May a Peter Parker, durante la segunda película de Spiderman, nos inspiran).
    Considerando los antecedentes de arriba, era más que obvio que en el último país del mundo, mucha gente fuese al cine a ver Thor, respondiendo con ello a cierta finalidad nostálgica.  Pero hay otros motivos para ver este filme: En primer lugar para el fanático de los cómics y de Marvel específicamente, está el hecho de que cada una de las últimas películas basadas en los personajes de la llamada “Casa de las Ideas” (léase “Marvel”), es en sí un paso más hacia la primera entrega cinematográfica del grupo superheroico de  Los Vengadores (no confundir con la serie de TV inglesa sesentera de la pareja de espías y que tuvo una desastrosa versión hollywoodense a finales de los noventa).  Thor es uno de los componentes de este grupo y junto con Iron Man, Hulk, Capitán América, y otros dos superhéroes menores, vuelve a las pantallas el año que viene. Y en segundo lugar la película es dirigida por el shakesperiano Kenneth Branagh, siendo ésta su tercera película de “género” (luego de las aclamadas Dead Again y Mary Shelley´s Frankenstein).  Era de esperarse entonces un producto bien hecho, considerando además el amor de su director por la mitología germana y luego de tantos filmes premiados e inolvidables.  Dentro de este segundo punto, se sumaba también el hecho de ver actuar nada menos que a Sir Anthony Hopkins haciendo de Odín, el padre del dios-superhéroe.
    Ahora bien, en mi “humilde” opinión, Branagh llegó a la altura  de las expectativas. La película cuenta una historia bien armada, llena de acción y bastantes cuotas de humor, poseyendo además una bellísima dirección de arte en los escenarios mitológicos de Asgard y de la tierra de los Gigantes de Hielo.  Sólo una cosa encuentro ridícula en esta producción: los cómics que inspiraron esta película se basan en la mitología germana, por ende, TODOS sus dioses, héroes y personajes son caucásicos…Si es así ¿Qué diablos hace un dios negro en la película? (Heimdall) No es mi intención hacer un discurso racista aquí, puesto que va contra mis principios, sólo voy a destacar el tema de la verosimilitud en una obra de arte, puesto que algo que realmente me causa risa entre los gringos, es esa noción ambigua en ellos de lo “políticamente correcto”.  Me encanta que haya superhéroes de diversas etnias y tendencias en los cómics, pero otra cosa es caer en el absurdo.
   Como acostumbro en mis críticas, y corresponde a este tipo de textos, no contaré la película aquí, sólo diré que en ella se nos cuenta el origen del personaje y la génesis de su relación con Midgard, la Tierra.  Las actuaciones son muy buenas, y más si se cuenta que aparte de Hopkins, tiene a actores de la talla de Natalie Portman, Rene Russo, Stellan Skarsgård  y Colm Feore.   Mención aparte es el papel protagónico interpretado por un entonces casi desconocido Chris Hemsworth, quien logra hacernos creer que es realmente Thor y a lo largo de la proyección le da el carisma suficiente al personaje, pudiendo sortear entre los momentos épicos y los humorísticos sin dificultad.


III. Capitán América.

     Con Steve Rogers, conocido como Capitán América, en el caso de nuestro país, Chile, sucede algo parecido que con Thor: no es uno de los superhéroes más populares por acá (la verdad es que en cuanto a Marvel, en Chile sólo Spiderman, los 4 Fantásticos y los X-Men son más masivos por estos lares), pero al menos la mayoría de los que tenemos sobre los treinta años recordamos con afecto la serial animada de la misma época de las de Thor, Iron Man, Hulk y Namor.  A su vez este personaje posee cierto elemento detractor a la hora de seguir por acá sus historias: su elemento chovinista, patriótico gringo y proselitista, que quizás no es tan fuerte en los cómics; pero basta con verlo vestido con ese traje que es evidente se encuentra inspirado en la bandera estadounidense y la idea expansionista de USA de llamarse así mismo  “América” (como si el resto no formase parte del continente), para resistirse un poco al personaje.  No obstante Capitán América, tanto el superhéroe como la película, van más allá de este aspecto nacionalista y se agradece que en el caso de un medio más masivo como el cine, la película atendiera más a los valores universalistas que a los meramente localistas y a lo panfletario.
   Algo genial en el filme es el hecho de ambientarla en plena Guerra Mundial, donde como todos sabemos un heroico, pero enclenque Steve Rogers desea defender el bien del dominio nazi.  Es así como gracias a la inventiva de la ciencia, participa en un proyecto para transformarse en un super soldado y luego llega a convertirse en la figura ícono por la libertad, el bien y la justicia entre los suyos.  También el seguidor de las historietas Marvel, sabe que luego de quedar en estado de hibernación, el Capitán América despierta en plena actualidad, enfrentándose a un mundo distinto al que conoció, pero aún así comprometido a seguir su cruzada bienhechora.  Pero lo interesante es la manera de cómo el filme nos cuenta esa primera aventura tan famosa, una puesta en escena genial, que demuestran la preocupación de Marvel  por hacer un producto de calidad (supongo ya están concientes de los dos fiascos de Los 4 Fantásticos, sin mencionar la primera versión risible producida por Roger Corman y que nunca se estrenó).
    Como nos tienen acostumbrados con este tipo de filmes, la producción cuenta con grandes actores entre sus filas: Hugo Weaving como Cráneo Rojo, demuestra que se está transformando en todo un experto en el cine fantástico y de ciencia ficción, siendo ésta su segunda incursión en las adaptaciones de cómics (luego de V de Vendetta).  Da gusto también ver actuar a Toby Jones (para mi gusto, un verdadero hallazgo de talento histriónico) interpretando a un científico nazi (que es plausible no cae en la caricatura maniqueísta) y a Stanley Tucci, que vuelve a salir casi irreconocible; tampoco voy a olvidar a Tommy Lee Jones, quien se redime a los ojos de los fanáticos de los cómics, luego de su sobreactuado trabajo como Dos Caras en esa mal aprovechada película que fue Batman Forever.  Y en cuanto al protagónico, o sea, al papel que desempeña Chris Evans, éste cumple bastante bien su labor y lo mejor de todo es que en ningún momento su personaje se desdibuja y deja de ser el mismo Steve Rogers con su corazón de oro (o sea, ya en su etapa de debilucho, como después del experimento, sigue siendo el mismo hombre de honor y hasta dulce e ingenuo, que es en sí el Capitán América).  Creo en realidad que este joven actor es capaz de dar lo mejor de sí en una buena película y no fue su culpa que su labor como la Antorcha Humana en los fiascos hollywoodenses de Los 4 Fantásticos (¡qué desperdicio de grandes historias y personajes!) haya salido tan mal parada.
   Por cierto, esta no es la primera película que se hace del personaje, siendo que hay cuatro antes de la actual (una de los cuarenta, otra de los setenta y en la que actúa nada menos que Cristopher Lee, otra de los ochenta y la siguiente de los noventa).  Pensaba que sólo la de los ochenta existía, pero la verdad este superhéroe por razones obvias, es muy querido en gringolandia (me encantaría verlas).
   Como sucede con la película de Thor, en Capitán América nuevamente caen en el ridículo de darle protagonismo a un personaje de otra raza de una forma inaudita: me refiero al soldado de origen chino que pelea junto a Steve Rogers y al grupo de comandos que se forma junto a él.  Creo que esto de darle espacio en las películas a otras etnias, podría hacerse mejor si se pensase en una forma más elaborada de introducir el tema de la diversidad, sin caer en ridículo (seguro con lo racistas que son los gringos, en plena Guerra Mundial iban a aceptar entre sus filas a asiáticos, siendo que pelearon contra los japoneses por esas fechas).
   Hay un último punto que deseo destacar de Capitán América y corresponde a sus efectos especiales, específicamente al usado para mostrarnos a un Steve Rogers al que le “faltan más de una cazuela”, figura de alfeñique que contrastará con su apariencia gallarda luego del experimento.  Uno con facilidad puede creer que es otro actor, pero no, es el mismo Cris Evans, quien muestra con su trabajo actoral que no sólo es otra cara bonita; es más, este actor considerado como uno de los más guapos de la industria cinematográfica (fue modelo antes de dedicarse al séptimo arte), sale incluso en el filme  no tan “aminado”, es decir, no explotan su belleza, maquillándolo lo suficiente como para que tenga a lo largo de la película un rostro corriente y destaquen del personaje otros aspectos de su personalidad (bueno, eso sí, no dejan de mostrar la transformación adónica de su cuerpo).


IV. Linterna Verde.

    Quienes me conocen, y además saben de cómics, tienen claro que en cuanto a historietas estadounidenses, soy más bien DC que Marvel (aunque no por ello dejo de disfrutar las historias de la “Casa de las Ideas” , y también de Dark Horse e Image).  Por este motivo, que se estrene una nueva película en los cines, basada en sus personajes, me resulta muy gratificante y más si es sobre mis personajes favoritos (de niño alucinaba con Linterna Verde).  Sin embargo debo admitir que ha medida que fui comprando y leyendo cómics, hoy en día mi Linterna Verde favorito no es Hal Jordan, si no que lo son Guy Gardner y Kyle Rayner (y me gustó que siempre estos dos se llevaran bien, con lo complicado que es el primero de ellos).  Bueno, y cuando ya estuve en el teatro viendo la primera película de imagen real de Linterna Verde, fue algo así como “el sueño del pibe”.
    Es cierto que tan sólo el año antepasado se había hecho una muy buena película animada de Linterna Verde, (Primer Vuelo), y que salió directo al DVD y Blue- Ray.  Ésta se permitió contar a su manera, el origen de Hal Jordan como miembro del cuerpo espacial de vigilantes Linterna Verde.  En este caso, si la comparamos con la película estrenada en los cines, el filme animado fue mucho más ajustado al cómic original del personaje.  Por esta razón, igual hubiese preferido no ver de nuevo el comienzo de Hal Jordan como Linterna Verde, si no que una historia completamente diferente.  No obstante el filme de imagen real fue inteligente en cierto punto y se tomó la libertad de adaptar libremente el cómic, fusionando distintas historias y etapas del personaje.  Por ejemplo, hicieron de Parallax al villano de turno (y no a Siniestro como se esperaba), pero le dieron un origen completamente distinto al conocido por los lectores de cómics.  Puede ser que al seguidor común esto le haya molestado, pero la verdad al pensarlo bien, fue una decisión inteligente si no se quería hacer un calco del filme animado ya mencionado.  Fue grato ver a los Guardianes de Oa bien caracterizados, y a personajes íconos como los Linterna Verde Kilowog, Tomar-Re, Abin Sur y hasta el mismísimo Siniestro, con el agregado sorpresa de la “gran” Amanda Waller (quien en todo caso sale demasiado guapa en el filme, cosa que no lo es en el cómic, ni siquiera en la serie animada de la Liga de la Justicia y en Smalville).   En todo caso, la película logra entretener y emocionar a más de alguno en su butaca…y creo que no veía tanto alienígena estrambótico desde la última trilogía de Star Wars.   Sólo eché de menos algunos Linterna Verde alienígenas más humanoides, como a los que nos muestran en los cómics (a menos que se me hayan escapado a la vista).
    Ryan Reynolds, el actor que interpreta a Hal Jordan, hace rato que estaba listo para interpretar a un personaje de DC (se suponía iba a hacer de Flash, no sé si de Barry Allen o de Wally West); ya había incursionado en las adaptaciones cinematográficas de cómics: en Blade 3 y Wolverine, pero si bien brillaba por su simpatía a la hora de abordar sus personajes, tuvo que esperar un buen resto de tiempo para ponerse por fin el traje de un verdadero superhéroe (que bien en la película no fue hecho con tela, si no que se hizo usando técnicas computacionales sofisticadas).   El Hal Jordan de Ryan Reynolds recuerda más al Kyle Rayner de sus principios, puesto que como él, es un inexperto en lo de ser Linterna Verde y hasta posee la personalidad errática de Guy Gardner.  Sin embargo, Reynolds hace una buena interpretación y logra demostrar una evolución en la psicología de su personaje.

IV. Elementos comunes entre las películas mencionadas.

    Las cuatro películas (y retomo acá a la nueva entrega-precuela de X-Men) tratan sobre la génesis del superhéroe: o sea, qué es lo que lo hace ser tal y cómo se desarrolla su primer trabajo heroico.   De este modo se puede apreciar que:

  • Thor: Su calidad y/o naturaleza de héroe proviene de un derecho de nacimiento divino, puesto que es un dios, si bien en la película hay cierta ambigüedad sobre si Asgard y todo lo que lo conlleva corresponde más bien a una temática de ciencia ficción (civilización extraterrestre u otra dimensión).  En el caso preciso de Thor, éste como el resto de los protagonistas de las otras películas, salvo contadas excepciones a las que ya me referiré, se hace verdaderamente héroe cuando asume su destino, responsabilizándose ante sus actos y de quienes lo rodean y dependen de él.   He aquí que se cumple esa frase cliché tan bonita que hace años el mismísimo Stan Lee acuñó para Spiderman: Un gran poder, implica una gran responsabilidad.  Thor, como el Hal Jordan de la película de Linterna Verde, es un individuo talentoso, valiente, pero hasta cierto punto egoísta y antes de superarse a sí mismo, sólo piensa en pasarla bien; no obstante los vaivenes de la vida lo hacen recapacitar y por eso son capaces ambos de convertirse en personas mejores, en pro de los demás. 
  • X-Men: First Class: Hay que establecer una diferencia entre el Profesor X (Charles Xavier) y sus discípulos.  El primero, el mentor del grupo de mutantes superheroicos, nace como héroe (y en esto se parece más a Steve Rogers, pues la naturaleza de ambos es la de un hombre íntegro que sin dudarlo opta por el bien).  Ello se ve en la película, cuando se le muestra en su infancia ya con atributos virtuosos, considerando que luego aprovecha toda su fortuna e inteligencia en su lucha por el bien.  En cambio sus discípulos mostrados en el filme, si bien se muestran aguerridos en todo momento, lo hacen gracias al modelo y liderazgo benigno de Charles Xavier, superando cada uno de ellos la barrera de los prejuicios sociales para luchar por un ideal de justicia y tolerancia.
  • Capitán América: Tal como ya dije antes, Steve Rogers nace heroico, no se hace.  El personaje va más allá de corresponder a un sentimiento patriótico de emular en un solo individuo lo que supuestamente corresponde a lo mejor de la nación de Estados Unidos (y me recuerda al Tío Sam de DC, al que lo muestran como a la encarnación mística del espíritu de dicho país).  Por lo tanto, tal como se ve en la película, en todo momento Steve Rogers, incluso mucho antes de convertirse en el Capitán América, se comporta con una dignidad indiscutida y un valor loable.
  • Linterna Verde: Para ser un Linterna Verde, se debe ser un buen sujeto y no tener miedo (bueno, salvo en el caso de Kyle Rayner, quien es escogido como Linterna Verde en circunstancias más que diferentes).  De este modo tal como se dice en la película, el anillo vio debajo de esa apariencia superficial de Hal Jordan, a alguien capaz de grandes proezas. Por lo tanto, Hal Jordan es llamado a ser un héroe y si bien le cuesta aceptar que existe dentro de él alguien mucho más valioso que la idea que tiene de si mismo,  al final acepta su destino y se convierte en el hombre que siempre debió ser.

    Joseph Campbell en su libro El Héroe de las Mil Caras propone y analiza a la luz de los grandes mitos y textos épicos de la antigüedad las distintas etapas en el viaje del héroe.  La primera etapa de este recorrido recibe el nombre de llamado a la aventura.  En las películas aquí reseñadas, se puede observar que todos los personajes mencionados arriba reciben su propio llamado a la aventura.  Cada uno la toma con mayor o menor dificultad, dejando de lado la seguridad que puede significar no aceptar este llamado y en el transcurso del viaje, transformándose en individuos muchos más íntegros que al comienzo de su camino.  Con respecto a esto, recalco que aquí sólo Charles Xavier y Steve Rogers comienzan su viaje desde el momento en que nacieron, mientras que el resto debió dejar de lado una vida de comodidad y anonimato, para iniciar otra mucho más complicada, pero legendaria.



lunes, 1 de agosto de 2011

Utopías y Antiutopías (parte 1).


                                        

    Durante la época del Renacimiento en el siglo XVI, Santo Tomás Moro escribió una obra que se constituiría en uno de los pilares de la literatura. Esto debido al ingenio con el qué mostró de que forma seria un nuevo mundo, con sus propias reglas y características, tema caro entonces a sus contemporáneos. La llegada al Nuevo Mundo, a América, trajo a los europeos el deseo de conocer y conquistar el propio Paraíso en la Tierra: de cumplir todos sus sueños.
     Europa era entonces un hervidero de intrigas políticas, donde la guerra, la hambruna y la pobreza, se codeaban con la presencia de la figura de grandes hombre y mujeres. Fue en este caldo sociocultural que el autor dio a la luz su magna obra: Utopía.
    Santo Tomás Moro no sólo mostró la posibilidad de enmendar en la Tierra, por medio de la administración justa de los recursos, una sociedad más libre y feliz, más fraterna y comprensiva (puesto que hay que recordar que en la misma época Sir Francis Bacon y Tomaso Campanella hicieron lo mismo con sus respectivas obras de La Nueva Atlántida y La Ciudad del Sol). Pues además acuñó el término Utopía, que hoy en día forma parte del léxico habitual de la gente, pasando a numerosas lenguas. Es así cómo se habla, por ejemplo, de utópico cuando se está refiriendo a una persona cuyas ideas se acercan a lo claramente idealista o un proyecto que alberga la esperanza de superar cualquier tipo de dificultad, cuando en realidad las dificultades son demasiadas como para que éste se logre.
    Dice la misma Real Academia de la Lengua Española en la vigésima primera edición de su diccionario acerca del vocablo utopía:

“Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como sistema irrealizable en el momento de su formulación”.

    Cabe considerar que la misma palabra en cuestión es la unión de dos voces griegas, las que en castellano significan lugar que no existe. Si se atiende entonces a su etimología, una utopía es algo que en efecto, debido a sus condiciones inalcanzables para la realidad que se esté viviendo, se queda sólo en el campo de la fantasía.
    Si la utopía es imposible de llevar al mundo real, entonces qué pasa con los sueños de un mundo mejor para la humanidad. Bueno, a mi parecer el hombre es una criatura capaz de los más bellos sueños, así como también de las peores pesadillas (aquí me permito parafrasear al científico Carl Sagan en su única obra de ficción, la novela Contacto). Cada era tiene sus ilusiones, donde la humanidad plasma en ellas lo mejor de sí; pero también cada era tiene sus propios temores, sus flaquezas y errores. Cuando se dio inicio al siglo XX, una serie de eventos marcaron, tal como sucedió con el descubrimiento de América, la historia de nuestra especie para siempre. Las revoluciones políticas y culturales del comunismo, ideología que en China y la Ex Unión Soviética tomó gran fuerza al igual que en otros países, las dos Guerras Mundiales y la Guerra Fría, entre otros eventos sacudieron la integridad de nuestra sociedad contemporánea, tal como en su tiempo gente como Tomás Moro se vio enfrentada a responder intelectualmente a sus anhelos de un mundo mejor. Pero en el siglo XX, los artistas (quizás menos ingenuos o más cínicos que los hombres de la antigüedad) proyectaron sus frustraciones de otra forma: no quisieron mostrar un mundo ideal con una sociedad perfecta, sino que más bien llevaron hasta las últimas consecuencias los vicios de su época; esto extrapolando las tendencias de su mundo a una realidad donde se diera cabida a lo peor del ser humano. Estos mundos imperfectos reciben el nombre de antiutopías, contrautopías o distopías.
    Luego de tener claro estas dos ideas relacionadas entre sí, pero también tan opuestas, corresponde especificar cuál es en verdad el tema de este artículo. El tema en cuestión es la de oponer ambos conceptos, teniendo como punto de referencia a la Utopía de Tomás Moro; ver cómo en las obras del siglo XX se trabajan, cual la imagen opuesta de un espejo, ciertos temas recurrentes como suceden con la búsqueda de la felicidad, la idea de la libertad y el libre albedrío, el valor de la vida humana, el concepto de la familia, el papel que cumple el arte y específicamente la literatura en la vida de los seres humanos, etc.
   Este artículo, que se publica en dos partes, se encuentra dividido según cada una de las obras antiutópicas que he escogido para analizar y comparar: primero Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, luego 1984 y La Granja de los Animales de George Orwell, después Fahrenheit 451 de Ray Bradbury y por último El Cuento de la Criada de Margaret Atwood. Cada una de ellas, salvo La Granja de los Animales, obras de ciencia ficción que muestran una sociedad de corte totalitarista. En los capítulos correspondientes se describirá a grandes rasgos la sociedad a la que se hace mención, con sus particulares premisas que las distancian del sueño renacentista de Santo Tomás Moro. De este modo, el presente artículo pretende ser un trabajo comparativo y descriptivo de algunas de las obras antiutópicas más representativas del género y que pese a su atmósfera pesimista y opresiva, le merecen su existencia a la esperanzadora obra de Tomás Moro, ya que qué poder tendría el Infierno sobre los condenados, si estos no pudiesen soñar con algo mejor a su destino.

                                 

Un Mundo Feliz (1932), de Aldous Huxley.

   Se puede considerar a una utopía como a un mundo donde se produce una reorganización favorable de sus distintos estamentos sociales, todo en beneficio del bien común. Es así como en la isla descrita por Santo Tomás Moro, existe, entre otras cosas, igualdad de derechos; también cada ciudadano es libre de abrazar la ideología que le sea más de su gusto, siempre y cuando ésta no atente contra el albedrío de los otros; tiene la oportunidad de realizarse física, intelectual y espiritualmente en medio de una sociedad donde se ha llegado a una especie de socialismo renacentista (para el momento en que se escribió esta obra, aún no había nacido el socialismo como doctrina propiamente tal).
   Si se detiene uno en los aspectos que rodean a la formación de las llamadas distopías, se puede observar que ellas han sido posibles luego de un evento catastrófico para el pueblo, por lo general una guerra, y que creyéndose necesario un nuevo estado de las cosas, se han proclamado nuevas reglas sociales. El poder se centraliza en unos pocos y la libertad del resto queda subordinada a estos, quienes supuestamente los protegen de cualquier tipo de enemigo. Este mundo en el cual se manifiesta hasta sus últimas consecuencias el poder y el control de una sociedad, es el llamado Totalitarismo, régimen que en más de una ocasión ha formado parte de algunos gobiernos reales. La distopía del totalitarismo, a diferencia de la sociedad diseñada por Tomás Moro, se disfraza de supuesta empresa preocupada del bien común. También abraza dogmáticamente las creencias (sean del tipo que sean) que se convierten en el sistema ideológico por excelencia de su sociedad; de este modo la tolerancia religiosa y social de la Utopía es imposible acá.
   Totalitarismos pueden haber muchos, tomando en cuenta las múltiples variables que existen entre los distintos sistemas de pensamientos que hay. Cuando Aldous Huxley escribió su libro, lo que quiso mostrar fue un mundo donde el capitalismo, la sociedad de mercado y propiamente “occidental” de principios del siglo pasado podía llegar a convertirse si se perdían los elementos espirituales y tradicionales: así, por ejemplo, en Un Mundo Feliz la institución de la familia se ha perdido y la gente es concebida en fábricas.
   Como “Antiutopía del Capitalismo Occidental”, la sociedad de la novela surge paralelamente a la nuestra debido a un importante avance técnico: el motor de Henry Ford, quien se convertirá acá en una figura cuasi religiosa. Así este mundo será altamente tecnificado, poseyendo además una ciencia psíquica, química y genética capaz de ordenar en un sistema de castas a la humanidad, todo con el fin de mantener el status quo. Se usa la tecnología con gran dominio de sus beneficios, pero no para solventar el desarrollo intelectual y espiritual de las personas, sino que sólo importa una satisfacción de las pasiones más inmediatas y banales, tales como son el escapismo gracias al uso de sofisticadas drogas. Es una ciencia y tecnología de puro hedonismo, algo que para los ciudadanos utópicos era una pérdida de tiempo. Es verdad que en Utopía la gente gozaba de los placeres de la vida sin tapujos, pero en ella no requerían de recursos artificiales como estupefacientes y otros.
   Dice al respecto sobre el gusto por el placer de los utópicos, la obra de Tomás Moro:

    “Llaman placer a todo movimiento corporal o anímico con el cual, obedeciendo a la naturaleza, se experimente un deleite; en ese concepto incluyen, y no sin motivo, los apetitos naturales. Los sentidos y la razón aspiran, en efecto, a lo naturalmente agradable, y a lo que se consigue sin detrimento ajeno ni ocasionar la pérdida de otro placer mejor ni acarrear mejora alguna. En cambio, lo que los hombres, en virtud de una vana convención y como si pudieran cambiar con las palabras el ser de las cosas, juzgan placentero, nada tiene con los utópicos de común con la felicidad, si es contrario a la naturaleza, antes bien creen que la perjudica, pues no deja lugar para los verdaderos y auténticos deleites y ocupa el espíritu entero con engañosas apariencias de placer”.

    De este modo, en la sociedad de Utopía se disfruta de todo, salvo de los juegos del azar, vicios y actividades que entorpezcan la sobriedad como psicotrópicos.
    Sobre lo anterior, dice el autor en el prólogo que escribiría años después a su obra, respecto a cómo se podría manejar a una sociedad en las condiciones de su novela:

    “Para llevar a cabo esta revolución necesitamos, entre otras cosas, los siguientes descubrimientos e inventos. En primer lugar una técnica mucho más avanzada de la sugestión, mediante el condicionamiento de los infantes y, más adelante, con ayuda de las drogas (…). En segundo lugar, una ciencia plenamente desarrollada, de las diferencias humanas, que permita a los dirigentes gubernamentales destinar a cada individuo dado adecuado lugar en la jerarquía social y económica (…). En tercer lugar, un sustitutivo para el alcohol y los demás narcóticos, algo que sea al mismo tiempo menos dañino y más placentero que la ginebra o la heroína. Y finalmente (aunque este sería un proyecto a largo plazo, que exigiría generaciones de dominio totalitario para llegar a una conclusión satisfactoria) un sistema de eugenesia a prueba de tontos, destinado a estandarizar el producto humano y a facilitar así la tarea de los dirigentes”.

     En su novela, Huxley plasma todas estas premisas de la forma más verosímil, puesto que basta con comparar estas atrocidades con regimenes tales como el de la Rumania comunista de Nicolás Ceausescu u otros para comprobar que la visión profética de Aldous Huxley no estaba tan equivocada.

    La Utopía valoraba sobre muchas cosas el sentido de identidad nacional y social entre todos los integrantes de la comunidad. El orgullo por pertenecer no a una casta privilegiada como en la obra de Huxley, sino por formar parte importante de un pueblo unido y fraterno. El aprecio y respeto por el “otro”, un compañero con quien se trabajaba codo a codo, en la vida cotidiana, como en situaciones menos felices, tal como lo podía ser la guerra. Familias enteras se apoyaban en toda circunstancia, existiendo el amor por los mayores de parte de los más jóvenes. En cambio en Un Mundo Feliz la situación también se invirtió (no hay justificación de que los lazos interpersonales y consanguíneos permanezcan, si la institución familiar y el valor de la amistad no existen).

    “En la actualidad el progreso es tal que los ancianos trabajan, los ancianos cooperan, los ancianos no tienen tiempo ni ocios que no puedan llenar con el placer, ni un solo momento para sentarse y pensar (…)”.

    Se narra en la obra. A su vez, estas líneas muestran cómo la idea de individualidad, donde cada persona cuenta con el derecho para hacer de su vida lo que más le plazca (siguiendo ciertos márgenes de acción, claro), tampoco existe.
    La igualdad de derechos, el llamado “socialismo renacentista” de Santo Tomás Moro, tampoco tiene cabida en un totalitarismo como este. La gente se encuentra dividida en una serie de castas diseñadas vía manipulación genética. Aquellos nacidos con los patrones hereditarios más generosos, ostentan el poder y poseen la inteligencia adecuada, así como la belleza física para administrar a los que se encuentran más bajo dentro de la jerarquía social.
    La sociedad de Utopía consideraba como parte fundamental de su herencia a la tierra, esto en cuanto al uso, provecho y disfrute de la naturaleza que rodeaba a la isla. Los individuos practicaban la agricultura como estilo de vida, ya sea para la producción de alimentos, como para recrearse en el contacto con la naturaleza. Pero en el libro de Huxley, donde gran parte de la trama transcurre en una ciudad altamente tecnificada, un lugar lleno de plástico, acero, concreto y nada natural, “Naturaleza” es sinónimo de “Primitivo” y por ende, la presencia de ello produce rechazo. Así se habla de los salvajes que viven fuera del orden de las cosas, en Malpaís y donde no se cuenta con ninguna de las comodidades y “maravillas” a las que están acostumbradas las personas “civilizadas”. Por esto el personaje de John, un mestizo hijo de una hermosa mujer de la ciudad exiliada en Malpaís, pese a su gran belleza e inteligencia privilegiada, nunca es totalmente bien recibido por la población de los Alfas y Betas. Al final de la obra, la pureza de John es destruida porque la existencia de un ser como él, no tiene cabida en un mundo donde la autenticidad no es un valor.
    También resulta interesante recordar que en Utopía se hace uso de un medio que para nosotros es pan de cada día: la publicidad. Claro que esto no tal como se ve en nuestros días, pero sí cuando se le ocupa al difamar al enemigo entre los suyos, con el objetivo de que le entreguen al criminal gracias a la oferta de un sustancioso premio. Huxley en el prólogo a su novela dice lo siguiente:

    “Inducirles (a los esclavos del estado) a amarla (su servidumbre) es la tarea asignada en los actuales Estados totalitarios a los Ministerios de Propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela. (…)Los mayores triunfos de la propaganda se han logrado, no haciendo algo, sino impidiendo que ese algo se haga. Grande es la verdad, pero más grande todavía, desde un punto de vista práctico, el silencio sobre la verdad. (…) Si se quiere evitar la persecución, la liquidación y otros síntomas de fricción social, es preciso que los aspectos positivos de la propaganda sean tan eficaces como negativos”.

    De este modo, todo totalitarismo hace lo posible por mantener su sistema de vida y así, para los Alfas y los Betas, John es un peligro para su sociedad. Los libros que lee, su “independencia” ideológica que lo hacer ser un individuo autónomo, todo en él es un peligro que hay que evitar y corregir con la aniquilación total. Este “amor por la servidumbre” al que se refiere Huxley, se plasma de forma más evidente en los siguientes libros que a continuación se analizan.

1984 (1949) y La Granja de los Animales (1946), de George Orwell.

    Si el clima de la obra recientemente reseñada resulta más que pesimista, el creado en la novela 1984 de Orwell es algo asfixiante, aparte de ser pesimista en sumo grado. Este libro fue una de las dos obras de su autor, la otra era La Granja de los Animales (Animal Farm), que escribió como protesta a las aberraciones del régimen marxista soviético (Orwell era un fiel creyente de la doctrina socialista, y como tal se desencantó de la forma en que Stalin y Lenin llevaron a cabo los principios de Marx). La novela muestra un mundo donde se ha efectuado una gran crisis que ha cambiado el mapa geopolítico del planeta; existen tres grandes gobiernos: Eurasia, Asia Oriental y Oceanía. Los eventos narrados en esta antiutopía transcurren en este último lugar. Oceanía es un estado totalitario de corte marxista soviético, pero llevado a sus últimas consecuencias.
    El protagonista es Winston Smith, un gris y patético funcionario de la burocracia que pertenece al llamado Partido Único y que poco a poco se va dando cuenta del horror que lo rodea, al despertar a la conciencia de que se encuentra una sociedad donde el mundo de su infancia ya es sólo un difuso recuerdo del que él parece ser el único que tiene memoria suya. Oceanía es además la tierra del Gran Hermano, una distante y numinosa figura patriarcal que vigila toda Oceanía y a sus habitantes.
   “El Gran Hermano te vigila”, dice la propaganda del Partido.
    La obra de Tomás Moro también hace referencia al control de las acciones de la gente, pero acá toma un ribete más benigno, relacionado más bien con la moral pública y el bien común:

   “(…) el hecho de estar cada uno bajo la mirada de los demás oblígales sin excusa a un diario trabajo o a un honesto reposo”.

    De este modo la vigilancia, la típica presencia de espías de los totalitarismos, es en este caso una manifestación de la preocupación por el otro, cual compañeros dedicados todos a la misma tarea del bienestar social.
    Si al menos los personajes de Un Mundo Feliz se consideraban satisfechos en sus banales sistemas de vida, los personajes de 1984 viven sumidos en la carencia y cada día que pasa, les quitan más y más sus privilegios.
    En Utopía se habla de uno que otro adelanto tecnológico misterioso en provecho de su gente, y en Un Mundo Feliz la población cuenta con todo tipo de artilugios avanzados; pero en esta distopía apenas hay tecnología (pareciera que el mundo se hubiese paralizado, puesto que no existe arte, ni medios de diversión, ni promoción del desarrollo intelectual, al menos para los supuestamente privilegiados miembros del Partido) y a los más se nombra uno que otro autogiro, del que se podría asumir que es un medio de locomoción o las herramientas de trabajo de Winston como el hablescribe, la telepantalla y el agujero de la memoria. En 1984 se ha producido un desligamiento con el pasado o un reacomodamiento de este, para el beneficio del proyecto social del Partido.
    El libro de Santo Tomás Moro cuenta que los utópicos no poseían libros impresos, hasta que conocieron dicha tecnología gracias a los viajeros que visitaron la isla. Fue así como estos amantes del saber, el arte y la ciencia no cejaron en apreciar las obras que compartieron con ellos Rafael Hitlodeo y sus amigos. Si John el Salvaje en Un Mundo Feliz sabía de este don como último bastión de la herencia cultural de la vieja humanidad, Winston Smith logró descubrirlo también. Por esto, Winston comienza a escribir sus pensamientos en un cuaderno que logra comprar en el mercado negro.

    “Y se le ocurrió de pronto preguntarse: ¿Para quién estaba escribiendo él ese diario? Para el futuro, para los que aún no habían nacido”.

    Si el Partido niega todo tipo de individualismo y creación artística (sólo los llamados proles, la masa ignorante que vive en una especie de ghetto y que no forman parte del Partido, viviendo en las peores condiciones, cuenta con supuestas obras de arte que en realidad son hechas por máquinas, careciendo de todo sentido estético), el lenguaje mismo de Oceanía se ha ido reduciendo por medio de la llamada neolengua. Con ella se quiere reducir al mínimo el pensamiento individual de las personas, evitándose la más mínima revolución o crisis. Así, en toda la novela, se usan una serie de palabras que sintetizan toda una idea.

    “¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento. En efecto ¿Cómo puede haber CRIMENTAL si cada concepto se expresa claramente con UNA sola palabra, una palabra cuyo significado esté decidido rigurosamente y con todos sus significados secundarios eliminados y olvidados para siempre? (…) Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño. Por supuesto, tampoco ahora hay justificación para cometer un crimen por el pensamiento. Sólo es cuestión de autodisciplina, de control de la realidad”.

Afirma uno de los personajes para explicar la revolución que se está llevando a cabo en el lenguaje de los miembros del Partido. Pues de este modo, como luego se afirma después en el mismo libro:

    “El verdadero poder, el poder por el que tenemos que luchar día y noche, no es el poder sobre las cosas, sino sobre los hombres”.

    A la larga, las palabras anteriores definen lo que es una antiutopía, un gobierno totalitario. En cambio en la sociedad de Utopía el hombre tiene sólo poder sobre sí mismo (controla su vida). Resulta aquí interesante, que en la obra de santo Tomás Moro se habla de esclavos, los que más bien son criminales que han perdido su libertad como castigo y que deben servir al bien público a la espera de pagar sus afrentas. Es aquí, donde la Utopía demuestra el poder sobre los hombres (lo más cercano a una antiutopía o la vida real que existe en ella).
    La Granja de los Animales (también conocida en español como Rebelión en la Granja) es una antiutopía contada como si fuera una fábula, un cuento para niños con una clara moraleja: el poder corrompe. Tal como en la novela de anticipación de 1984, Orwell acá vuelve a extrapolar los acontecimientos del gobierno marxista de la Unión Soviética, la llamada Dictadura del Proletariado. La historia que aquí se cuenta es sencilla, pero no por ello deja de asombrar su carácter profundamente realista: En una granja los animales se han sublevado del yugo humano y deciden independizarse, echando a estos últimos y trasformando en un supuesto democrático gobierno al lugar. Pero los cerdos, quienes lideran la revolución, se transforman en los nuevos dictadores para el resto de las bestias, incluso llegan a comportarse lejos mucho peor de lo que era el anterior dueño de la granja.
   Una vez que se lleva a cabo la independencia animal, se proclaman diez mandamientos para poner en claro el comportamiento moral y cívico de las criaturas. Pero tal como sucede con 1984, los cerdos manipulan la información, el pasado y las débiles mentes de sus súbditos, infringiéndolas sin vergüenza y al final dejando todo en una sola regla:

   “Todos los animales son iguales. Pero algunos animales son más iguales que otros”.

   He aquí de nuevo el tema del poder y la manipulación sobre la gente, sobre el pueblo. En la Granja Animal, tampoco existe libertad como sí sucede en la isla de Utopía

Frankenstein a los Ojos del Siglo XX (parte 1).

                                   




    Famosa es la anécdota que originó la creación literaria de Frankenstein de Mary Shelley. Vacacionando en Ginebra, Suiza, la autora junto a su pareja, el poeta Percy Bysshe Shelley en Villa Diodati, como huéspedes de su amigo Lord Byron, disfrutó junto a estos de la lectura de una colección de cuentos folklóricos alemanes de aparecidos.
     Inspirados por las narraciones, surgió la idea de escribir cada uno de los presentes una historia similar. Aparte del cuento El Vampiro, originalmente atribuido al doctor Polidori (el otro miembro de aquel grupo en Villa Diodati), pero que al final se supo pertenecía a Lord Byron, sólo Mary Shelley supo responder a la propuesta. En 1817, un año más tarde a esta mítica reunión, publica su Frankenstein o el Moderno Prometeo.
    El subtítulo de la novela, hace mención a la mítica figura de Prometeo, titán inmortal que les entregó el Fuego de los Dioses a los hombres (que dentro de la mitología griega representaba la inteligencia y el conocimiento científico) y que fue condenado por Zeus, el padre de los dioses olímpicos, a estar encadenado a una roca para sufrir un terrible suplicio; hasta que Hércules lo liberó de las garras del ave que todos los días le comía las entrañas, las que cada 24 horas le volvían a crecer para extender su sufrimiento. Así en la novela de Mary Shelley el científico Frankenstein es un Prometeo sin las ataduras que retienen su saber.
    La génesis de esta obra contiene más de un dato de interés; el impacto literario y dentro de la cultura popular de la novela, también se pueden catalogar como algo de gran éxito. Si bien hoy en día no todo el mundo se puede jactar de saber quién escribió el libro, incluso de haberlo leído, al menos sí conoce la historia: Un científico crea a un monstruo de apariencia humana en base a pedazos de cadáveres; el ser se subleva contra su creador y lo mata. Así de sencillo es para el gran común de la gente, para quienes Frankenstein es el Monstruo, confundiéndose, fusionándose las figuras del científico Víctor Frankenstein, su creador, con la de la Criatura. Este fenómeno sobre tal confusión se abordará luego.
    Tal como se afirma en el párrafo anterior, la historia de Frankenstein, del científico y su monstruo, forman parte del conocimiento público. Al popularizarse la obra de Mary Shelley, más allá de los círculos literarios, con la versión fílmica de James Whale de 1932, con un joven Boris Karlof haciendo de un Monstruo totalmente idiota (siendo que el ser salido de la pluma de Mary Shelley era un superdotado, incluso se le podría tildar de filósofo), una seguidilla de adaptaciones cinematográficas, televisivas, de teatro, radiales, en cómics e incluso literarias serían inspiradas por el mito de Frankenstein. Así es como este último campo artístico y de expansión de la afamada novela romántica el que motiva a este artículo.
    Más de una novela y cuento han tomado para sí la narración en cuestión y le han seguido dando vida, tal como el mismo Víctor Frankenstein tomó pedazos de cuerpos sin vida y en un conjunto les insufló de existencia, extendiendo estas obras contemporáneas la narración original hasta los ilimitados recursos de la imaginación; otras veces, los autores se contentaron con sólo hacer de sí el tema del orgullo de Frankenstein de controlar la naturaleza, con los resultados desastrosos que la moralizante obra de Mary Shelley quiso dar, y proyectándolos a otros contextos. Otras veces, como ocurre en la novela La Fuerza de su Mirada, escrita en 1989 por Tim Powers, los artistas se interesaron en tomar prestada la fuerte imagen de aquella charla en Villa Diodati de estos personajes románticos y le dieron un cariz más ligado al mundo sobrenatural (para esto, vasta con recordar la película del británico Ken Russel titulada Ghotic de 1986, que también gira en torno a Mary Shelley y su pareja, Lord Byron y Polidori). Dentro del panorama literario, aparte de Frankenstein Desencadenado de Brian Aldiss, obra a la que se le dedicará la segunda parte de este artículo, cabe destacar la antología de cuentos Frankenstein Insólito recopilada por Leonard Wolfe y que contiene una serie de cuentos ligados a la novela de Mary Shelley, incluyendo además otra narración de Brian Aldiss sobre el tema.
   Así que este artículo pretende, a la luz de una novela de la segunda mitad del siglo pasado, analizar esta fascinación por la obra de Mary Shelley. Ver cómo un autor como lo es Brian Aldiss, trabaja el mito de Frankenstein, apropiándose de una historia que ya es patrimonio de la humanidad y pertenece al inconciente colectivo. Brian Aldiss homenajeó mayormente a Mary Shelley ambientando su novela en un mundo donde sí existieron realmente Frankenstein y su Criatura.
   Este texto está compuesto de dos parte, donde se trata específicamente cada novela: primero el Frankenstein de Mary Shelley, luego la novela de Aldiss. La idea es ver los temas caros a la narración de Aldiss que tienen estrecha relación con la novela de Mary Shelley. De este modo el ensayo es un trabajo comparativo entre la novela gestora del mito y la novela de Brian Aldiss, encontrando las intertextualidades entre ambas.

Frankenstein o la creación de un mito moderno.

    Cuando Mary Shelley escribe en el prólogo a su novela lo siguiente:

“(…) mi primera preocupación en este campo ha sido evitar los perniciosos efectos de las novelas actuales y presentar la bondad del amor familiar, así como las excelencias de la virtud universal. Las opiniones de los protagonistas vienen influidas, es lógico, por su carácter particular y por la situación en que se hallan; no han de ser consideradas como las mías propias. Del mismo modo no debe extraerse de estas páginas ninguna conclusión que pueda llegar a perjudicar doctrina filosófica alguna”.

afirma la independencia entre su novela y su propias convicciones ideológicas. Sin embargo la joven escritora, hija de un reputado filósofo, William Godwin, y de una mujer adelantada para su época como lo fue la feminista Mary Wolstonecraft, queriéndolo o no escribió una obra llena de sentido moralizante; una novela cuya connotaciones cuasi religiosas, a través del tema de las responsabilidades éticas de Víctor Frankenstein, ha servido para identificar los conflictos sobre lo que se puede hacer o no en la ciencia.
   Como artista e intelectual de principios del siglo XIX, Mary Shelley fue una fiel exponente del llamado Romanticismo. Para este movimiento cultural, la idea de la libertad llevada a todas sus dimensiones, con la consecuencia de una exacerbación de los sentimientos era algo que se manifestaba tanto en sus vidas, como en sus obras. Ello dio la justificación necesaria para que hombres y mujeres románticos fueran lo suficientemente apasionados como para exponer sin miedo, visceralmente, lo que sentían y se comportaran teniendo a su corazón como primera fuente de sus impulsos. No deja de estar presente en Frankenstein esta actitud frente a la vida. Así Víctor Frankenstein se siente impulsado a ir más allá de los conocimientos científicos de su época, tomando para sí los escritos de alquimistas como Cornelius Agripa, Alberto Magno y Paracelso (para entonces superados y menospreciados por los grupos científicos imperantes) y dándose las ínfulas necesarias para darse a la tarea de crear vida de la nada. De este modo, Frankenstein asume que es libre para hacer lo que quiera sin importarle mayormente lo que realmente pueda significar su empresa.
    Tal como los personajes de la mitología griega, y otras creencias religiosas, Víctor Frankenstein se otorga la calidad de dios creador, de demiurgo, para sobrepasar las leyes de la naturaleza. Como Ícaro y Dédalo, quienes con alas de cera buscaron llegar hasta el sol, como los forjadores de la Torre de Babel, que querían construir el edificio más grande del mundo hasta tocar las puertas del cielo, Frankenstein llega hasta el extremo de su soberbia. El orgullo de Ícaro y Dédalo fue aplastado cuando sus alas se derritieron con el calor solar, cayendo con gran estrépito; Dios molesto hizo derrumbarse la Torre de Babel; y Frankenstein, el padre de todos los modernos “científicos locos” encontró la perdición a manos de su propia Criatura. Es así como en esta situación del científico que se cree todopoderoso, al final en vez de conseguir la gloria, resulta castigado por su falta de ética profesional al profanar las leyes naturales. Entonces este científico obnubilado por su hambre de poder y conocimientos se convierte con la obra de Mary Shelley en un nuevo tópico literario que de ahora en adelante será caro a este tipo de obras. La ciencia ficción misma, que según Brian Aldiss nace con el libro de Mary Shelley, estará llena de ficciones que tratarán, recrearán y se inspirarán en la tragedia del doctor Frankenstein. Antecedentes sobre este tipo de personaje ya venían también con el Fausto de Goethe, que en el drama de este autor era un hombre tan inteligente como Frankenstein, seducido por el poder que le ofrece el demonio Mesfistófeles. El rabino de la leyenda del siglo XVI del Golem, también crea a un ser de la nada, aunque para ello utiliza métodos mágicos; como Frankenstein sus propósitos eran originalmente buenos (“El camino hacia el Infierno está lleno de buenas intenciones” dice un dicho), más sin embargo se ve obligado a destruir al ser cuando éste se convierte en un peligro para la seguridad de los inocentes.
    Brian Aldiss llama a Víctor Frankenstein en su novela “precursor de la Era de la Ciencia” y luego expone:

“La naturaleza necesitaba ser enmendada y enmendarla era la misión del hombre. ¿Y esa manía no había sido transmitida como un virus a cada uno de sus semejantes en sucesivas generaciones?”.

   Para tener más claro el sentido moralizante de la narración de Mary Shelley, aunque más bien es un texto que invita más a la reflexión que a una simple didáctica a diferencia de las fábulas, basta con tener claro las siguientes palabras de Frankenstein a Robert Walton en la novela:

“Anhela el conocimiento y la sabiduría como lo hice yo durante muchos años y deseo ardientemente que el cumplimiento de sus proyectos no sea, como para mí, semejante a una serpiente venenosa . No sé si el relato de mis desgracias tendrá para usted alguna utilidad, pero como creo que sigue un sendero igual que el mío, arriesgándose a peligros idénticos a los que han hecho en mí lo que soy ahora, creo que podrá extraer de mi historia alguna experiencia que pueda serle útil si el éxito le sonríe, o en caso contrario, pueda consolarle en su fracaso”.

    Así como Víctor invita al osado Walton a desistir de su quijotesca empresa de encontrar una nueva ruta al Polo Norte, Mary Shelley convida al lector a meditar sobre la ciega pasión humana. La ciencia ficción es un género que basa su cualidad y calidad en la extrapolación de la realidad. En otras palabras lo que hace es llevar un tema a otro contexto, cambiarlo lo suficientemente en apariencia, aunque no en el contenido, para abordarlo de una forma más objetiva (verlo desde fuera). Así en el mito de Frankenstein el tema que se trata es el de la soberbia humana y los resultados nefastos que trae esta actitud tan típica de la especie humana. Los primeros hombres en la Tierra que quisieron ser como dioses fueron Adán y Eva, según la creencia judeocristiana, quienes comieron del Fruto Prohibido del Árbol de la Ciencia y fueron expulsados del Paraíso.          He aquí que en este primigenio relato ya se vislumbraba el efecto que provoca en la humanidad la tentación por el poder del conocimiento. Sobre esta situación, Víctor Frankenstein es un símbolo de la ciencia que se atreve a sobrepasar los límites establecidos por la llamada “bioética”. Posteriormente en la vida real, tras una serie de llamados “Mad Doctors” literarios y cinematográficos y de los numerosos personajes míticos con sus características, se hablará de personajes como el médico nazi Joseph Mengele (quien experimentó cruelmente con los prisioneros judíos en los campos de concentración). De este modo Frankenstein está en nosotros mismos.
    Respecto a lo anterior dice el escritor estadounidense de origen ruso Isaac Asimov en el prólogo a la colección de cuentos Frankenstein Insólito:

“Casi podemos llegar a convencernos de que hemos usurpado los poderes divinos de la creación, o al menos los hemos tomado a préstamo para establecer nuestro propio dominio de la naturaleza; (…) somos lo bastante listos para utilizar esos poderes, pero no lo bastante sabios para controlarlos”.

    Aparte de la osadía del científico ginebrino de convertirse en un nuevo dios, está su falta de paternalismo a la hora de reconocer su responsabilidad para con su creación. Apenas “nace” la criatura, horrorizado Víctor Frankenstein por su acción (avergonzado), decide destruir al ser. Ha traído a la vida a un individuo único, a un ser pensante y sensible que luego le recriminará sus actos y faltas, sus omisiones como gestor. He aquí otra debilidad del personaje que se repetirá en obras posteriores, donde se ve cómo los hombres poderosos no son capaces de asumir sus obligaciones con lo que han hecho y provocado. Es este dilema otro aspecto de gran carga moral en la obra de Mary Shelley; luego resulta difícil no simpatizar con la Criatura, cuando se siente sola y desamparada por haber sido arrojada al mundo sin la posibilidad de afecto, ni comprensión (relegado al olvido y convertido en un paria). Y es tal como asegura la propia Mary Shelley en su Prólogo al referirse a “la bondad del amor familiar” que por esta falta de Víctor Frankenstein, al negarle a la Criatura la posibilidad de contar con el amor de una familia, que queda más claro que nunca la importancia de esta institución. Como Frankenstein no asume su papel como padre, su castigo es mayor, puesto que difícilmente en una sociedad occidental moralista como en la que le toca vivir a la autora del libro, puede quedar impune tal ingratitud. En esta falta de vida familiar entre Víctor Frankenstein y su Criatura, se contrasta la feliz e idílica familiaridad entre Víctor, sus padres, hermanos e incluso empleados y amigos… todo hasta que la mácula que es la Criatura llega para quitarle todo lo que hace feliz al científico, todo lo que su padre le negó. Uno a uno de sus miembros les es arrebatado a Víctor, pues la Criatura actúa como un ángel vengador salido casi del Antiguo Testamento, citando al Milton de El Paraíso Perdido, una de las lecturas de cabecera del Monstruo.
    En cuanto a la Criatura misma, es un ser complejo e inolvidable. Su soledad y dolor, y luego la pasión de su odio destructor es símbolo de las fuertes emociones románticas que durante la primera mitad del siglo XIX clamarán por un espacio en el mundo. Resulta irónico que con los medios de comunicación masivos del siglo XX, con la gran interpretación de Boris Karloff (y que luego se repetiría en las continuaciones de la Universal, como en los sangrientos filmes de los sesenta y setenta de la productora de cine inglesa Hammer), la gente se haya quedado con la imagen de una Criatura estúpida e infantil. En cambio la verdadera Criatura, la de la novela y la de adaptaciones de finales del siglo XX, contaba con una mente privilegiada capaz de convertirse en la digna Némesis del científico. Por esta misma razón el Monstruo se identifica con el Lucifer de El Paraíso Perdido de John Milton, quien al ser un ente “casi” perfecto, se siente ofendido por la ingratitud de su creador. La Criatura es capaz de sentir afecto, compasión, soledad, ira, de reflexionar sobre la existencia y sus vicisitudes, de soñar y lamentarse: toda una gama de sentimientos que demuestran su calidad como individuo con el derecho a existir. Es cierto que su aspecto no es humano, pero al menos es humanoide y su inteligencia es abrumadora (es un ser sensitivo).

“Debiera ser vuestro Adán y, sin embargo, me tratáis como al ángel caído y me negáis, sin razón, toda felicidad (…). Yo era bueno y cariñoso. Los sufrimientos me han convertido en un malvado. Concededme la felicidad y seré virtuoso”.

Dice la Criatura a Frankenstein.
    Debido a que se le creó en un laboratorio, por medio de métodos científicos, se le puede considerar lo que hoy se llama inteligencia artificial. Es una entidad creada de forma “no natural”, hecha por la mano y el ingenio del hombre, con mentalidad propia e inteligencia sofisticada. Es una nueva especie sobre el planeta, que posee instintos de supervivencia y que exige su derecho a seguir viviendo. Es lo que posteriormente se introducirá con la obra teatral de los hermanos checos Kapeck bajo la imagen del robot y que ya en una obra suya como RUR (1921) muestra cómo los adelantos científicos se van contra su creador. Los robots, palabra que en el idioma polaco de sus autores significa “esclavo”, son creados para trabajar como obreros en una fábrica; sin embargo se sublevan producto de los abusos a los que están sometidos y destruyen a los humanos. He aquí el germen de una paranoia por los resultados devastadores de la ciencia y la tecnología (que se acentuará con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki), plasmándose en la ciencia ficción de principios del siglo pasado; hasta la introducción de las llamadas Leyes de la Robótica, creadas por el propio Isaac Asimov para sus cuentos y que se constituyen en un mecanismo de protección al programarlas en los robots, de modo que no atenten contra la vida de los seres humanos. Y en cuanto a que la Criatura es un ser sui generis, tiene muy clara su naturaleza (por esta misma razón le pide a Frankenstein una hembra, ya que no le queda otra para compartir su inmensa soledad).
    Con respecto a la confusión de la gente sobre el nombre de la Criatura y el del científico Víctor Frankenstein (puesto que es común llamar como “Frankenstein” al Monstruo), esto puede atender a más de una razón, aparte de la ignorancia y simplificación de la novela por parte del vulgo:

a) Padre (Frankenstein) e hijo (Criatura), si bien no comparten la misma carne, ni la misma sangre, sí mantienen una relación de parentesco estrecha. Víctor lo trajo al mundo, usando sus conocimientos e inteligencia. La Criatura heredó de éste su inteligencia o al menos sus habilidades, no obstante el proceso científico para ello no se explica en la novela. Padre e hijo se confunden, puesto que los hijos son la continuación de sus padres y como se dice en la película de Superman (1978) de Richard Donner: “El Hijo se convierte en el Padre y el Padre en el Hijo”.

b) La Criatura de algún modo representa el inconciente de Frankenstein, su Ello, puesto que es capaz de hacer todo lo que su creador no puede, ya que las convenciones sociales a las que está sometido Frankenstein no le son imprescindibles. Tanto para Frankenstein como para la Criatura existe el libre albedrío, pero Frankenstein dirige sus impulsos motivado primero por el deseo de poder y la curiosidad, luego por la culpa y el odio; en cambio a la Criatura lo mueve una intensidad emocional más fuerte: la ira. La Criatura no tiene duda en el actuar, mientras que Frankenstein vacila en sus decisiones. La Criatura es entonces la superación de las debilidades humanas, físicas y morales, de su padre. En La Fuerza de su Mirada se describe a la Criatura como a “un gemelo temible que estaba destinado a terminar con las vidas de todos aquellos que amaba”. Es la Némesis de las tragedias griegas y de los cómics de superhéroes, que impulsan a los protagonistas a esforzarse por ser mejor en lo que hacen (en el caso de Víctor, a destruir a la Criatura) durante el conflicto . La Criatura es el Dopelgänger de los alemanes.
    El popular escritor de novelas y cuentos de ciencia ficción, Isaac Asimov, en su libro Sobre la Ciencia Ficción, afirmó en uno de los ensayos que componen el volumen:

“Todavía llamamos a cualquiera que es destruido por sus propios acto <<un Frankenstein>>, y a esos actos <<un monstruo de Frankenstein>>”.

    En el ensayo que justamente se titula La Primera Novela de Ciencia Ficción le da tal honor a la novela de Mary Shelley, a quien también llama la primera escritora del género, si bien también se la puede calificar como a la “Madre” de la ciencia ficción.

Las Miserias de Sherezada


   Leer Misery de Stephen King no sólo significa sumergirse en una de las novelas más asombrosas y entretenidas de su autor, sino que además adentrarse dentro de una de sus libros más complejos, debido a las múltiples referencias culturales (y literarias) que posee y a la forma de cómo está escrita.
    Misery es una obra magnífica, considerada dentro de lo mejor que ha escrito, una narración que se publicó en 1987 y que adelantó en cuanto a estilo narrativo y temática a obras posteriores que le valdrían a su autor ahora el reconocimiento mundial de la crítica especializada, más allá de los públicos ávidos de historias de terror truculentas (me refiero a Dolores Caliborne, Corazones en la Atlántida, Un Saco de Huesos, La Chica Que Amaba a Tom Gordon y su más reciente The Colorado Kid).
   Misery es una historia llena de dolor, que habla no sólo sobre una situación extrema “totalmente” creíble (la vida imita al arte), sino que es un relato que nos habla sobre la condición humana, en su belleza y miserias, y de cómo la literatura cumple un papel fundamental en nuestras vidas.
    La trama del libro es archiconocida por sus fanáticos: Paul Sheldon es un escritor de novelas rosa que tras sufrir un accidente carretero en medio de una tormenta de nieve, es rescatado por una corpulenta enfermera de nombre Annie Wilkes. La mujer lo lleva hasta su cabaña que está aislada del pueblo más cercano. Ahí lo atiende, hasta que Sheldon se da cuenta que está en manos de una peligrosa psicópata que poco a poco comienza a torturarlo mental y físicamente, pues se encuentra molesta porque Sheldon ha hecho morir a su personaje favorito en su última novela publicada; entonces lo obliga a escribir una nueva obra para revivir a Misery.

***

    En primer lugar el título de esta novela y su contenido están ligados a la famosa obra de Víctor Hugo Los Miserables, donde se nos cuentan las vicisitudes de Jean Valjean, quien tan sólo por robar una hogaza de pan para no morir de hambre, es perseguido durante años por un implacable policía, quien hace caso omiso de los grandes gestos de generosidad que más tarde hará Valjean. Esta novela de fines del siglo XIX, durante pleno dominio de la novela realista que pretendía ser un calco exacto de la realidad hasta en sus mínimos detalles, trata justamente sobre el dolor y la redención de los seres humanos a través del amor y sus sacrificios; pero también muestra las múltiples formas de cómo lo peor de los hombres se manifiesta entre nosotros: la pobreza material y la pobreza espiritual (que es la peor). Es acá donde el “descenso al infierno” (usando el concepto creado por Joseph Campbell, para referirse al viaje tormentoso que hace todo “héroe” por un lugar y/o circunstancia de gran peligro para su vida) que hace Paul Sheldon, se conecta con la novela de Víctor Hugo.
    El protagonista de este libro de King nunca fue un hombre totalmente feliz, ni su fama, ni sus mujeres y gran poder monetario fueron nunca capaces de darle la armonía y el amor propio que sólo su encuentro con la Wilkes le darían. Un fracasado en la vida amorosa, castrado por los recuerdos de una infancia donde conoció la pobreza y la violencia intrafamiliar (la miseria en sus muchas formas) y alcohólico como muchos personajes de Stephen King. Cuando se encuentra secuestrado por Annie Wilkes, por primera vez en su vida debe luchar por su derecho a existir, por sus convicciones y puntos de vistas. Primero debe sobrevivir a la locura de un ser enajenado, una mujer con una moral retorcida, para luego sacar fuerzas de flaqueza con su cuerpo ya debilitado por la horrible tortura a la que lo tiene sometido quien dice ser su “fan número 1”. Una vez que Sheldon logra ganarle no sólo a su captora, en un increíble enfrentamiento final entre ambos que la versión cinematográfica hace honor, nunca más vuelve a ser el mismo. Ha aprendido que la vida es un don, ha regresado de su “descenso al infierno” más viejo, pues el hombre que era antes ha muerto, y ahora es más humilde, más sabio.
    Pero las miserias del libro no sólo son las de este atormentado escritor, también lo son las de Annie Wilkes, una inteligente mujer cuya vida (Sheldon se pregunta sobre su enfermedad mental, si es producido por un simple problema hormonal o trancas de su pasado), es la de ser condenada a ser una paria de la sociedad. El libro siempre está narrado desde el punto de vista de la víctima, de modo que el narrador nunca nos entrega mayores datos que el propio Sheldon puede saber por sí mismo sobre Wilkes. Wilkes es una mujer frustrada en su mundo apartado de los suyos, alguien que se aliena con el ficticio mundo de las novelas rosa de Sheldon (como mucha gente lo hace hoy en día con la tele, el fútbol, los videojuegos y la literatura también, por no nombrar otras cosas) para no recordar lo que le duele. Por eso se enoja con Sheldon cuando hace morir a su heroína, Misery Chastain y se niega a que las cosas no salgan como más le convienen; si su mundo fantasioso comienza a desarmarse, hará todo de su parte para que todo vuelva a su supuesta “normalidad”.

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    Sherezada es quien le narra al rey Schahriar durante mil y una noches una serie de historias para engatusarlo y evitar que éste la mate como lo ha hecho con numerosas mujeres. Con su capacidad de fabulación, la bella doncella aleja la muerte y poco a poco logra ganarse el corazón del rey hasta que luego de la última noche, el rey se da cuenta que la mujer le ha dado descendencia y que la ama. En cuanto a Sheldon, él se siente como Sherezada, aunque para nada su interés es ganarse el corazón de Annie, y tampoco casarse con ella; para evitar que Wilkes lo asesine, tiene que cumplir con su deseo: traer de la muerte a Misery, pero además debe ingeniárselas para que su regreso sea convincente, o sea, verosímil (espectacular la conversación que tiene con Annie Wilkes sobre el fácil recurso de algunas historias del “Deux ex Machina” donde al final hay una solución fácil y sin consistencia para sacar de un apuro a los personajes). Día a día Paul Sheldon debe entregarle el fruto de su trabajo, y además esperar a recibir el visto bueno, si no, la furia de su captora le llegará como una maldición.
    La narradora de Las Mil y Una Noches debe concederle al rey su virginidad y su tiempo, en cambio Paul Sheldon con dolor deja en la casa que está atrapado, primero partes de su cuerpo, su salud y por último su orgullo. Es un canje inevitable que le permitirá reencontrarse consigo mismo…y sobrevivir a Wilkes.
    Antes Paul Sheldon escribía porque esa era su profesión, vivía de sus obras y ello lo había convertido en millonario. Es evidente que el acto de crear produce placer en el artista, lo que se manifiesta muy bien en la novela cuando Sheldon se siente satisfecho por su obra Autos Rápidos, que consiste en una maduración literaria de su parte. Sin embargo, una vez perdidas las esperanzas en su última obra, tras verse obligado a “renunciar” a ella, Paul Sheldon descubre con El Regreso de Misery que su arte es capaz de darles fuerzas para vivir, que lo reconforta, de modo que el acto de crear con la palabra (“En el principio era el Verbo” dice el Evangelio según San Juan) se transforma para él en la razón de su existencia. Mientras escribe su “mejor obra”, Sheldon recuerda casos en que la magia de la literatura y la palabra escrita, le han devuelto la vida a hombres y mujeres (me remito a la poética novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451, que ilustra muy bien esta idea). Paul Sheldon sólo entonces, cuando su vida peligra, se da cuenta que ama escribir y que ello es lo más valioso que tiene de sí mismo.

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    Para Paul Sheldon, Annie Wilkes es como una ominosa diosa africana de las novelas de Edgar Rice Burroughs, creador de Tarzán, a la que debe rendir culto, so pena de muerte. Es un ser poderoso y lejano a su influjo (hasta que Sheldon logra aprender a manejar la situación con su captora), que supuestamente está por sobre sus capacidades. Por esto mismo, en el libro que está escribiendo para Wilkes, El Regreso de Misery, ambienta gran parte de la trama en el llamado Continente Negro; de este modo, África se transforma en la materialización literaria de su nueva circunstancia: el vasto, salvaje y lleno de peligros inesperados continente, es el mismo entorno que rodea al Sheldon sumido en una atmósfera emocional cargada de violencia y signos premonitorios de muerte y locura. A medida que se va haciendo más evidente un destino inexorable y fatal para él, su personaje de Misery se va enfrentando a los peores horrores de un África implacable como la propia Wilkes. Por esto mismo Sheldon considera que El Regreso de Misery no sólo es su mejor obra, sino que también la más oscura y violenta, pues no es otra cosa que la proyección de su mundo interior. Y el clímax apocalíptico que da al desenlace de su obra Sheldon, cargado del fuego purificador que termina con todo mal, es nada menos que la anticipación a la última pelea entre víctima y victimario. El fuego ya antes estuvo en la nueva vida de Sheldon cuando se vio obligado a quemar su novela inédita, que lo alejaba, según él, para siempre de sus novelas “mercenarias” de Misery; un primer fuego que era un “castigo divino” por su pecado de querer independizarse, tal como si fuera Prometeo que le dio el Fuego de la Inteligencia a los hombres, de los designios del mundo loco de Wilkes. Esta última vez será convocado por él mismo para derrotar a su Diosa, un instrumento para destruir esa fuerza de la naturaleza que es su captora.

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    En cuanto a la forma misma de cómo está presentada Misery, por lo menos un 70 % de la novela se sostiene tan sólo en la dupla Sheldon-Wilkes; es decir, en su mayoría los acontecimientos transcurren teniendo sólo a estos personajes interactuando entre sí. La narración hace mención de personajes incidentales, que forman parte del pasado de estos dos; apenas se entregan datos sobre ellos, a veces puramente sus nombres y no hay “flashbacks” (pequeñas interrupciones en la narración que muestran sucesos del pasado respecto de los personajes). El lector sólo sabe lo que Sheldon sabe de las cosas, pues el narrador, a diferencia de otras obras de King, no muestra qué sucede en la mente de Wilkes y si lo hace, apenas dedica unas líneas a ello. De este modo, el lector se transforma en un personaje más al estar expuesto a las mismas sorpresas que el apesadumbrado protagonista; también se debe conformar con “armar” el pasado de Annie por medio de las conversaciones entre ella y su cautivo, así como de los recortes de diarios que Sheldon encuentra y con los que Wilkes lleva registro de su “carrera”.
    Es increíble cómo Stephen King se las ingenia para que en cientos de páginas la acción ocurra durante gran parte en una habitación, sin el uso de la técnica del “montaje”, donde se cuente algo que ocurre paralelamente en otro lugar. Apenas aparecen otros personajes y tan sólo ya cerca del clímax, intervendrán unos pocos más. He aquí una de las virtudes de la adaptación que hizo Rob Reiner, que incorpora tan bien nuevos personajes (como la pareja del policía anciano y su mujer, así como la editora de Sheldon) que están dentro del “estereotipo kingniano” y complementan a la perfección la narración.
  
     Hay momentos en el libro que sólo de la mente de Stephen King podían salir, como las distintas mutilaciones que le hace Annie a Paul y la escena de la rata en la que Wilkes, mientras discute con Sheldon, estruja entre sus manos uno de estos roedores. La realidad misma, la certeza de la existencia de seres humanos tan enfermos como Wilkes, hace que este libro pueda provocar más terror que una narración sobre vampiros o los resultados de una maldición gitana. Pues locos hay en todas partes y como el propio Paul Sheldon sabe, ellos no saben que están locos. De este modo, lo verdaderamente pavoroso del libro, es que cualquiera de nosotros está expuesto a saber esta verdad en su propia carne.
   Ya en su novela corta El Cuerpo, Stephen King “regalaba” al lector con un cuento hecho por uno de sus personajes y luego con un gran extracto de una de sus novelas. En Misery, tal como si fuéramos Annie Wilkes que espera con ansias más sobre su heroína favorita, se van intercalando páginas de la nueva obra que escribe Sheldon. El realismo acá es ingenioso, pues la tipografía de estas páginas imita la de una antigua máquina de escribir, a la que le faltan las n y luego otras letras; luego estos insertos se ven con letra manuscrita, de puño y letra de Sheldon-King. Leer este “libro dentro del libro” es una experiencia sabrosa y más porque aquí Stephen King imita a la perfección el estilo literario de la novela rosa y/o romántica; luego, a medida que va en crescendo la narración sobre Misery, la atmósfera se va tiñendo del aire macabro de las mejores obras de King. El texto de El Regreso de Misery es tan entretenido, que es fácil tentarse ante la idea de leer completa esta obra.
   A su vez, Misery se encuentra dividido en tres grandes capítulos y un cuarto a modo de epílogo, cada uno de ellos titulado con un nombre: El primero es “Annie”, donde tanto protagonista como lector aprenden a conocer y a temer a esta mujer. Desde las primeras páginas, se sabe que Annie Wilkes está peligrosamente loca y que la vida de Sheldon corre peligro expuesta a los inesperados vaivenes de su temperamento. Es un primer gran capítulo que nos la muestra en todos sus estados de ánimo, de modo que ya queda claro para dónde va la trama del libro. El segundo capítulo, “Misery”, se llama así porque es a partir de aquí que Sheldon comienza a escribir su nueva obra y a su vez, el lector empieza a entrar en el mundo de esta seductora mujer; pero además, lleva este título, porque es acá cuando Paul Sheldon llega realmente a conocer el Infierno en vida y su vida no puede ser más miserable, gracias a las “atenciones” de su admiradora número 1. El dolor físico y moral que siente, como la gran soledad que se observa en estos antagonistas y compañeros de viaje por los recónditos caminos del alma humana, se acrecienta cada vez más; quiérase o no, se ha creado un lazo simbiótico y/o de parasitismo entre Paul y Annie. El tercer capítulo es “Paul”, que muestra la batalla interna del protagonista y la externa entre él y Annie. Ya acá los recursos de Paul por sobrevivir y deshacerse de Wilkes, son extremos; en contrapartida, la narración de “El Regreso de Misery” se hace más violenta y cruel. Por último, en “Diosa”, tal como dice el capítulo, nos enteramos que la vida de Paul Sheldon luego de su pesadillezca experiencia con Annie, nunca más volverá a ser la misma; está marcado para siempre, y la diosa africana que era Annie Wilkes, se quedará en su memoria y su corazón para siempre, para bien o para mal…A los dioses no se les puede obviar, forman parte de nuestra existencia, es decir, hay fuerzas (como el Azar o el Destino) que están más allá de los designios de los hombres y su poder. Si no, pregúntenle a Paul Sheldon.
    Resulta increíble que Stephen King haya adelantado en la figura de Paul Sheldon y su accidente, lo que a él mismo le ocurrió en 1999 al ser arroyado por una camioneta conducida por lo que el propio King declaró uno de sus personajes. El paralelismo entre este incidente, que casi le costó la vida, le quebró las piernas, unas costillas y los postró en cama al igual que a Paul Sheldon, es sorprendente; pero más aún es increíble cómo el regreso al arte de escribir durante su convalecencia se parece al periodo de cuando Sheldon escribía El Regreso de Misery: tanto el escritor ficticio, como el real, al igual como una mujer que pare, comenzaron a gestar una nueva obra que les devolvió la vida.

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