viernes, 17 de mayo de 2013

La Evolución de un Artista: “Tinta Roja” de Alberto Fuguet.




     En 1990 irrumpió en la literatura chilena un joven escritor con una pequeña colección de cuentos, Sobredosis, la cual contenía 5 historias algunas de las cuales habían participado en certámenes literarios, ganándolos en algunos casos (como fue con su relato Pelando a Rocío) y comenzaron a darle a este nuevo talento cierta fama desde antes de la edición de su primer libro.
    El autor había vivido hasta los 13 años en USA, donde sólo aprendió el inglés como lengua para comunicarse, por lo cual cuando con su familia se vino a un Chile todavía en plena dictadura militar de Pinochet, se encontró con una realidad completamente distinta a la que conocía, además de verse obligado a aprender rápidamente la lengua de su nueva patria.  Pasaron los años y el futuro escritor entró a estudiar periodismo.  Así fue como gracias a sus ganas por comunicar a otros lo que le entusiasmaba (en especial la cultura pop de origen gringo, preferentemente el rock, el cine y obviamente la literatura), y a su claro talento en la escritura, entró a unos cuantos talleres literarios (entre ellos uno dirigido nada menos que por José Donoso, uno de los autores nacionales más importantes a nivel internacional), de modo que luego fue seleccionado por la ya clásica (y extinta) revista de corte juvenil Zona de Contacto de El Mercurio, para escribir críticas y mantener una sección de crónicas.  Así partió su carrera en las letras, de modo que tras la exitosa publicación del tomo ya mencionado, llegó su primera novela, Mala Onda.  Este evento editorial provocó tanto indignación por su nihilista temática en ciertos sectores conservadores, como alabanzas por parte de un grupo de la crítica de mirada más amplia; a su vez los jóvenes de su misma generación, a los que Fuguet retrataba tan bien en sus textos, se convirtieron en parte esencial de su público.
    Fuguet era hijo de una familia de situación acomodada.  Cuando llegó al país y poco a poco fue creciendo, primero en un país sitiado por la represión social, y luego en uno que comenzaba a despertar en medio de un tímido regreso a la democracia, se encontró formando parte de una juventud que pese a sus privilegios económicos, no era dichosa.  Eran jóvenes desmotivados, cuyas vidas no tenían sentido y que tapaban la falta de expectativas con experiencias desenfrenadas llenas de sexo, drogas, alcohol y todo tipo de vivencias adrenalínicas; esta juventud “hija de Pinochet” y heredera de las familias de rancia alcurnia, sería la que luego (y hoy en el presente) formaría parte de las clases dominantes del país.  Ý pues bien, Alberto Fuguet conocía desde dentro y muy bien a este tipo de gente y como nunca antes habían sido retratados en las letras nacionales, se encargó de ser el primero en hacerlo.
    Como muestra, un botón, sacado de las primeras líneas de su novela inicial:

   “Estoy en la arena, tumbado raja, pegoteado por la humedad, sin fuerzas siquiera para arrojarme al mar y flotar un rato hasta desaparecer. Estoy aburrido, lateado: hasta pensar me agota.
    Desde hace una hora, mi única distracción ha sido sentir como los rayos del sol me taladran los párpados, agujas de vudú que alguna ex me introduce desde Haití o Jamaica, de puro puta que es.
    Pienso: no debí dejar los anteojos de sol en el hotel. Seguro que me los va a robar alguno de los imbéciles de mi curso; después van a achacárselo a una de esas camareras negras que los muy huevones intentaron tirarse. Vuelvo a lo mismo: debí haberlos traído. No se puede venir a la playa sin protección. No se puede andar sin gafas. Si estaban al alcance de mi mano, en el velador, tan cerca. Incluso los estuve mirando un rato. Me los van a robar, de puro huevón que soy, de puro volado que soy.
Me dedico a pensar un poco, archivar el problema de los Ray-Ban, pasar a otro tema. Reflexiono: es probable que nunca más haga tanto calor como hoy. Un grado más y todo estalla, declaran estado de emergencia, evacuan toda la ciudad. Pero a nadie le importa. Lo que para ellos es rutina”.

     De este modo Fuguet se dedicó a fotografiar con la palabra a su generación, la que si bien formaba parte de la población chilena, no correspondía a la totalidad de la idiosincrasia nacional;  por supuesto que en su particular forma de escribir ilustraba en términos generales la misma condición humana, de modo que su obra bien escapaba de los tintes meramente localistas como para interesar a lectores extranjeros, pero aún así tendía a poseer cierto elitismo que lo alejaba de un gran número de lectores.   Entonces todo cambió cuando en 1996 lanzó su tercera novela: Tinta Roja
     Dentro del carácter universal de esta obra, se encuentra el hecho de que un director peruano haya decidido adaptarla para el cine, de modo que el trabajo de Francisco Lombardi bien muestra cómo sus personajes e historias sobrepasan la inmediatez de tiempo y lugar; en otras palabras, con ello tanto libro como película, cuentan una historia que puede ser apreciada sin distinción de nacionalidad.
    
Afiche de la versión cinematográfica del libro.
Con este libro, Fuguet se permitió cambiar la orientación de su obra (hasta cierto punto claro), dejando de lado su obsesión con la juventud de “alta alcurnia” chilena y sus vacíos existenciales, para dar paso a un trabajo, quizás, más comprometido a la hora de reflejar de una forma más pareja nuestra sociedad.  Es así cómo el protagonismo del libro ya no lo tiene solamente un veinteañero, si no que es compartido con un hombre maduro; de este modo además a lo largo de sus páginas aparecen llamativos personajes, todos ellos pertenecientes a una clase social más humilde que las de sus anteriores antihéroes,  pero aún así manteniendo la mayoría su buena carga de decadencia, la que tanto le atrae mostrar a su autor (no en vano uno de sus escritores favoritos y clara influencia es Charles Bukowski, quien no escribía sobre situaciones idealizadas que digamos).  No obstante con todos estos personajes, los cuales en su mayoría llegan a ser tanto pintorescos, como incluso llegan a despertar en el lector simpatía, el escritor logra más que nunca representar una buena parte de lo que resulta ser este país; así es cómo en Tinta Roja los personajes son representativos de esos individuos anónimos que pululan por la vida real, cada uno con sus mañas, virtudes, defectos  y miserias, pero sin duda tan propios de nuestro país, algo que apenas se había visto con sus sofisticados y aún así autodestructivos protagonistas.  En esta novela todavía hay gente como el Matías de Mala Onda, su padre y sus amigos, entes infelices que sólo tienen sus vicios para olvidar sus penurias, pero pese a todo ahora son seres sensibles, incluso tiernos y que bien son capaces de demostrar que todavía hay luz en sus vidas.
    La novela en cuestión es la historia de Alfonso Fernández, un estudiante terminal de periodismo, quien debe pasar todo el verano en la sección policial de un popular y “amarillista” diario santiaguino, con el fin de conseguir su título tras hacer la práctica.  Allí se encontrará bajo las órdenes de Saúl Faúndez, un hombre ya maduro considerado toda una leyenda viviente dentro del rubro; éste no sólo será su modelo a seguir en lo profesional, si no que además en muy corto tiempo se transformará para el muchacho en la figura paterna, que por tantos años tuvo aplazada en su vida.  A su vez ya dentro del periódico El Clamor, Alfonso se verá expuesto a un gran número de casos donde día a día se logra apreciar la violencia que forma parte de la sociedad capitalina y chilena en general.  Además llegará a interactuar con un grupo de seres realmente singulares, lo que en su conjunto contribuirá tanto al crecimiento técnico, como humano del joven aspirante a periodista (y escritor).
     El libro en sí parte con un capítulo de apertura titulado Verano, donde el narrador es en primera persona y cuenta lo que le sucede cuando conoce a su joven practicante de periodismo, con quien se siente identificado.  Durante este primer capítulo la narración resulta ser bastante emotiva y melancólica, con cierta prosa poética no vista (o leída) antes en el autor.  He aquí un fragmento para identificar mejor lo expuesto recién:

     “Hay veces en que uno sólo puede estar en el lugar del mundo que importa, ayudando a sólo una persona. Pocos tienen la suerte de estar justo ahí. Y los que están, por lo general huyen. Se asustan. Hace un rato, creo, estuve donde tenía que estar. Es una gran sensación saber que estás haciendo lo correcto. Martín, me parece, se percató. A todos alguna vez nos han ayudado, y la sensación de haber sido acogido cuando se estuvo más perdido es de tal intensidad, que uno termina sintiéndose en deuda no tanto con esa persona, sino consigo mismo. Es como si a lo largo de los años el deseo de retribuir ese apoyo aumentara. El deseo de ayudar a otro tal como te ayudaron a ti comienza a embargarte y a no dejarte tranquilo. Este era el momento, el instante en que debía devolverle la mano al pasado. Martín se percató. Paró de vomitar y de llorar y comenzó, ahí, sentado en la cuneta, a hablar. A hablar como nunca lo había hecho. Yo lo escuché. Atento.
    Mientras balbuceaba me acordé de Benjamín, de cuando era niño y yo llegaba borracho; fue un dolor tan punzante que me ardió y me hizo caer también al pasto húmedo. No es fácil darse cuenta de cuánto uno ha perdido, a cuánta gente ha dañado. No pude dejar de llorar y de sentir que no era casualidad, que esta vez sí iba a estar presente cuando me necesitaran, tal como una vez, en una situación aterradoramente parecida, el viejo Saúl Faúndez me habló como nadie me había hablado”.

     Tras este memorable comienzo, el resto del texto corresponde a un extenso racconto, donde ahora se pasa a un narrador omnisciente y el tono de la escritura se parece a algo más parecido a la escritura habitual de su autor.  No obstante esta vez Fuguet demuestra manejar un muy agradable tono humorístico para numerosos momentos del libro, pero también sin dejar de lado el abundante uso de lenguaje coloquial en los diálogos (bastante espontáneos por cierto), la múltiples referencias intertextuales que ayudan a reflejar mejor la época y la sociedad en la que se desarrolla gran parte del libro (mediados de los ochenta más o menos) y cierto lirismo en la su prosa, ya mencionado arriba.
    La novela se encuentra estructurada en base a capítulos cortos, los que llevan por lo general un título sacado de los mismos diálogos de sus páginas.  Estos breves episodios cuentan de forma algo pausada el devenir de los dos protagonistas (Alfonso y Saúl), dándole preponderancia a los hechos que les toca cubrir y los cuales de algún modo repercuten en sus propias vidas, directa o indirectamente.  No obstante en algunas ocasiones, la corta extensión de estos capítulos deja al lector con gusto a poco, al no desarrollarse tan bien como se quisiera, estos eventos de carácter episódico.
   El último capítulo vuelve al narrador y la época del primero, de modo que con ello queda de manifiesto que el narrador es el mismo Alfonso de la narración central, ahora más viejo y a quien le ha tocado cumplir en esta ocasión el mismo papel que desempeñó en un momento su maestro Saúl (de este modo la novela sigue la idea cíclica del tiempo, como también presenta a su manera la inclusión del concepto del karma, al hacer que Alfonso se transforme en alguien parecido a quien lo acogió cuando joven).
    Alfonso Fernández a diferencia de los anteriores protagonistas de Fuguet, no pertenece a la llamada clase alta de la sociedad chilena, si no que es hijo de una esforzada familia de clase media; sin embargo tal como el ya famoso Matías de su primera obra, tiene a un padre ausente y su propia familia resulta bastante disfuncional, lo que le ha dado al muchacho una personalidad algo insegura.  Pese a todo Alfonso es una persona ingenua a su manera, de buen corazón, empero a lo largo del libro irá demostrando los tonos más grises de su personalidad, como su tendencia a la desesperanza.
     Dentro de su abundante descripción de lugares, personajes y costumbres populares en su desarrollo, el escritor presenta un tema que en la literatura nacional cobra bastante relevancia: la Chilenidad, el cual en todo caso es abordado con mayor despliegue en nuestro teatro.  Con el concepto de “chilenidad” me estoy refiriendo a aquello que quiere definir nuestra identidad como pueblo, es decir, qué rasgos compartimos los chilenos entre sí, para bien o para mal, y lo que por supuesto se refleja en lo que pensamos y  hacemos (nuestra historia como nación, triunfos, fracasos, ídolos, arte, etc.).  Es entonces que a lo largo de sus poco más de 400 páginas, que el escritor demuestra su aprecio hacia los escritores que le precedieron, a la hora de ilustrar con sus ficciones el imaginario criollo; así es como el libro parte con una cita textual de nada menos que de Hijo de Ladrón, del gran Manuel Rojas, novela considerada por muchos como la más importante de nuestras letras (mencionándose además en el texto a autores tan caros dentro de este deseo de representar dicha chilenidad, como Luis Rivano y otros).  Por ende, el libro se constituye en un particular “bestiario” de la identidad nacional a través de sus personajes, como al ubicar gran parte de sus acontecimientos en tantos lugares comunes a la sociedad capitalina, tales como hoteles, moteles, cabarets, cocinerías y restaurantes, calles, comunas, ciudades y otros.   La siguiente cita textual puede ayudar a comprobar este aspecto del libro, donde el lenguaje usado por los personajes resulta además, tal como ya se mencionó, tan “chileno”.

    “Faúndez se apoya en un farol y enciende un cigarrillo. La mujer, de tacos altos y un llamativo sombrero antiguo, se bambolea en dirección al centro.
     —No es mucho mayor que yo. Es increíble cómo las mujeres envejecen más que los hombres. Compáranos. La pobre es una abuela con un pasado y yo estoy como membrillo. En mi mejor momento. ¿Estás de acuerdo?
     —Un lolo, don Saúl. Con más vitalidad que muchos compañeros míos.
     —Aparte de la próstata, todo perfecto.
     Faúndez calla un instante y deja pasar una micro antes de seguir su historia:
     —Recién se lo pude meter, Pendejo, cuando ya estaba entrando en su decadencia. Me la tiré en ese hotel que está ahí. El Bandera. Con mi primer sueldo de Las Noticias Gráficas. Me vine corriendo hasta el Hércules y no salí hasta que la maraca apareció. Me hizo esperar toda la noche. Tuve que sacar número. Se culeó como a tres clientes antes que me tocara a mí. Pero valió la pena. Claro que ya no. Ahora tendría que pagarme a mí. Ya no patina. Administra, no más.
      —¿Un prostíbulo?
      —Por desgracia, no. Y eso que partió con la propia Tía Carlina en Vivaceta. Es un negocio en decadencia ése, ahora que todos ustedes se tiran a sus pololitas. La Betsabé está a cargo del topless El Peloponeso del Caracol Bandera, aquí en la otra cuadra. ¿Sabes cómo le dicen en el ambiente?
      —No sé.
      —La Drácula. ¿Adivinas por qué?
      —Te lo chupa tan bien que te saca sangre.
      —Bien, Pendejo, bien. Así me gusta —y le palmotea la espalda—. No, no es por eso, pero me gustó igual. Está bueno. Estás aprendiendo rápido. ¿Quién lo hubiera dicho?
      —¿Por qué le dicen la Drácula, entonces?
      —La Trujillo estaba mal, ¿ya? Vieja. Tetas caídas, las carnes sueltas de tanto darle. Esto fue antes de lo del topless. El barrio chino se había ido a la mierda y la pobre se ganaba sus pesos en los cines de la periferia.
      —¿Haciendo qué?
      —Ejerciendo su oficio. Cuando uno es profesional, es profesional. Se dedica a lo suyo. No se iba a dedicar a cuidar niños”.

    El nombre de la novela hace mención tanto a la temática de ésta, al girar en torno al periodismo, como al hecho mismo de que sus protagonistas trabajan para la sección policial de su diario; dentro de esto, es importante recordar que El Clamor al ser además de corte “amarillista” y populista, vela por destacar al máximo el aspecto más sensacionalista de las noticias que cubre (de ahí lo de la Tinta Roja, lo que es tanto por el rojo de la sangre de los hechos de violencia en los que trabajan los periodistas, como también, tal como afirma el propio Alfonso al comienzo, por la tinta roja, o sea, la vocación nata hacia su profesión por parte de los personajes).  En este sentido el libro trata además la importancia de la vocación personal en la vida de los seres humanos, quienes sienten el impulso de dedicarse en cuerpo y alma a sus profesiones y oficios, vocación que los levanta por sobre sus debilidades y les otorga cierto aire heroico; es así como gracias a este espíritu de vocación, que los personajes logran conocer una felicidad más duradera que la de sus efímeras tertulias constantes con un buen trago en la mano y un suculento plato (y es acá cuando estos a su vez logran obtener la dignidad que muchas veces no muestran, así como una autenticidad que en una primera instancia pareciera no poseyeran).  De este modo frente a la pasión por la escritura, se presenta la idea de que detrás de todo periodista hay un escritor en potencia o que más bien ambas profesiones están ligadas entre sí; de este modo es que en el libro mucho de sus personajes han incursionado en la escritura creativa (y no podemos olvidar que en la vida real Fuguet es tanto escritor como periodista, así como existen muchos otros casos a lo largo del planeta).
     Dentro del tema de la prensa, el cuarto poder como algunos gustan llamarle, se encuentra en una primera instancia la contraposición entre el periodismo de plena virtud y propio de aquellos que entraron a la profesión sin tener estudios formales (pero sí un gran talento para las letras); esto es lo que representan Saúl y los de su estirpe.  En cambio Alfonso y sus compañeros de práctica son representantes de la nueva camada de periodistas, lo que necesariamente no por tener mayores conocimientos teóricos, resultan ser los mejores (y es por ello que Alfonso en realidad llega a aprender bastante de Saúl y los demás).  En este sentido, la novela muestra el final de una etapa en el periodismo nacional (y quizás de otros países también) y el comienzo de otra, con lo cual se espera lo mejor de ambas maneras de enfrentar esta profesión y para ser periodista es necesario tener un “cartón” que valide la profesión.  A su vez en la narración que abre y cierra el libro, la contraposición se da entre Alfonso y su discípulo, habiendo estudiado el primero en una importante universidad tradicional, del estado de Chile, mientras que el otro solo pudo cursar la carrera en una privada.  No obstante al final tal como muestra el curso de acontecimientos del libro, es la existencia de idoneidad o no lo que le otorga al trabajo periodístico su relevancia.
     Para terminar, recomendable resulta leer este libro, pues además de ser el comienzo de una nueva etapa en la obra de su autor (acercándose raudamente a la madurez artística), refleja muy bien lo que significa crecer, convertirse en un adulto responsable, encontrar nuestro lugar en el mundo y obtener lo más cercano a la felicidad (tanto gracias a los logros personales, como profesionales). Por último, Tinta Roja  nos permite conocernos mejor como pueblo chileno.

Alberto Fuguet.

4 comentarios:

  1. No sé cómo siempre consigues, Elwin, hacer que me interese por los autores que reseñas. Aún tengo pendiente a María Luisa Bombal y ya debo añadir a otro compatriota tuyo, además de los nombres que he ido entresacando del texto. Debo reconocer, espero puedas disculparme, mi profunda ignorancia de las letras chilenas, pero gracias a tu blog me ilustro. Lo cierto es que este artículo ha despertado mucho mi curiosidad, pues ciertamente no hay mejor forma de conocer a un pueblo que a través de la voz de sus gentes, y cuánto más aprenderé sobre Chile con estas lecturas que a través de los medios españoles.
    Me ha sorprendido por cierto la referencia que haces a la violencia de la sociedad chilena, pensaba que Chile, fuera de sucesos aislados, carecía de la delincuencia y hechos luctuosos de otros países hispanoamericanos. Nos leemos!

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  2. Tomás, me alegra que te estés interesando en la literatura chilena, si bien muchos compatriotas míos son bastante reconocidos en tu país y el resto del mundo (algunos como el ya nombrado José Donoso y Luis Sepúlveda vivieron años en la Madre Patria, autoexiliados durante la dictadura militar de Pinochet). En cuanto al tema de la violencia en Chile, que te llamó la atención, pues bien gracias a Dios acá no llega al nivel de otras naciones latinoamericanas como México y Colombia, pero sí tenemos nuestra cuota como el resto del mundo (el mal nunca nos abandona, aunque quisiéramos). Próximamente volveré a escribir sobre literatura chilena, aprovechando los textos que les he dado a leer a mis alumnos. Por cierto...¿Qué enseñas?

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    1. Mi especialidad es la Educación no-reglada o no-formal, lo que en España se llama "Educación Social". Si bien ejercí en diferentes ámbitos, como un centro de tutela de menores, otro de rehabilitación de toxicómanos y en un programa de animación a la lectura en las escuelas públicas, es un sector que en España está muy precarizado, siempre contratos temporales y mal pagados, siempre pendiente de subvenciones y decisiones políticas, así que me desenganché de la profesión y desde hace años soy telefonista para una multinacional de telecomunicaciones, una ocupación que no me realiza demasiado pero que es estable y tiene una relativa seguridad.

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  3. Hola de nuevo, Tomás. No sabes cuánto me alegra tener noticias tuyas tan pronto. El primer seguidor español que tuve, Juan Carlos, se dedicaba a algo parecido a lo tuyo; tenía un excelente blog, pero se desapareció dos veces de la Red y ya hace casi un año que no tengo noticias suyas (incluso eliminó su pág.). Me alegra que hoy en día estés en algo más seguro y creo que tu blog llena el vacío que te dejó la falta de docencia.

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